Anciano millonario se hace pasar por vagabundo y va a un supermercado para elegir un heredero

Los testamentos y las herencias pueden llegar a ser un dolor de cabeza, pues muchas personas no están conformes con la parte que recibieron y comienzan un conflicto interminable para quitarle al otro lo que su ancestro les dejó. Aunque también existen los casos donde no hay una sola persona a la cual heredarle la fortuna. Esta es la historia de Larry Hurtado.

Al llegar a la vejez es normal comenzar a pensar en la muerte y qué pasará después de ella con todas las personas que conocimos. Al cumplir 90 años, el señor Larry Hurtado recordó que no tenía testamento, ni siquiera un heredero pero tuvo una brillante idea para conseguirlo.

El anciano era dueño de una cadena de supermercados en Miami, Florida. Toda su vida había trabajado bastante para conseguir lo que tenía ahora, y eso no le dio tiempo de formar una familia. Siempre puso su trabajo por delante y ahora no tenía a nadie para dejarle todo aquello que con tanto esfuerzo había logrado.

El pensamiento de no tener un heredero era constante y le preocupaba bastante. «¿Qué pasará cuando muera?» «¿Quién se quedará con todos mis bienes?» «¿Cuál es la mejor opción?» «¿Donarlo a la caridad?» «¿O tal vez un amigo?». Estas preguntas lo atormentaban y ninguna respuesta lo convencía.

El señor Hurtado no era del tipo de hombre que hiciera donaciones a la caridad y era impensable que regalara su fortuna a un amigo, pues estaba convencido que solo sería merecedora aquella persona que conociera realmente el trabajo duro y estuviera dispuesto a seguir haciéndolo.

Así que un día llamó a su abogado para pedirle su consejo. William Contreras conocía muy bien a su jefe y sabía que no tenía muchas opciones; de nuevo le sugirió la idea de la caridad pero fue rechazada rápidamente.

William le preguntó a Larry sobre parientes lejanos pero el anciano era huérfano y no hubo ningún familiar que se quisiera hacer cargo de aquel inocente niño. Así, Larry llegó a Miami sin nada pero poco a poco logró establecer su imperio.

El anciano insistió en su deseo de heredar la fortuna a alguien que la mereciera por su esfuerzo y dedicación, no por compartir la misma sangre. El abogado estaba algo preocupado pues no sabía cómo manejar el caso, así que le pidió tiempo para pensar en algo y pactaron una cita par el siguiente viernes.

Larry no quedó contento con la respuesta de su abogado; sin embargo, la idea de un pariente lejano hizo eco en su mente; al siguiente día, tomó papel y una pluma y se sentó en su oficina para hacer una lista de posibles herederos. Luego de varias horas la hoja seguía en blanco.

En el borde de la frustración, el anciano tuvo una fantástica idea. Sabía que encontraría a su heredero entre los empleados de sus supermercados, pues ellos entenderían lo que es trabajar muy duro.

Confiado se fue a dormir. A la mañana siguiente se vistió con la ropa más fea que encontró en su armario, se puso una barba falsa, se llenó los bolsillos con basura y tomó una rama de un árbol para usarla como bastón. Así se dirigió a uno de sus negocios.

La primera persona con la que se topó al llegar a su destino fue Luisa, la cajera, quien a todo pulmón le gritó que saliera de la tienda. El señor Hurtado replicó que necesitaba ayuda, «no he comido desde hace días» dijo; pero la mujer no tuvo compasión y siguió gritando.

El anciano seguía en su papel de indigente, suplicando que alguien le diera un poco de dinero o algo de comida pues tenía mucha hambre y se sentía mal, pero nadie se apiadó. Luisa gritaba y gritaba que debía salir a pedir dinero en la calle porque ese era un lugar muy prestigioso.

«Tengo unos empleados realmente groseros» dijo Larry para sí mismo y decidió probar suerte con los clientes.

Caminó hacia la puerta pero tan pronto como Luisa se distrajo, el anciano volvió y comenzó a caminar entre los pasillos de alimentos. Cuando encontró a una pareja se acercó y les pidió que por favor le compraran algo de comida, pero ellos se negaron. La mujer corrió a buscar un empleado para que sacara al vagabundo mientras el hombre hacía como que buscaba dinero en su cartera.

Cuando llegó el empleado, se sorprendió de ver que seguía ahí el anciano. Aunque fue un poco más amable que la cajera; igual le pidió que se retirara pues estaba asustando a los clientes, quienes comenzaron a hacer un gran escándalo.

El señor Hurtado se negaba a irse pues quería seguir buscando en la tienda a su próximo heredero. Pero tanto clientes como trabajadores no dejaban de gritarle que se fuera y no los molestara más. Nadie se atrevía a tocarlo porque olía mal, así que solo estaban parados cerca gritándole que daba asco y que se fuera.

Cuando se dio por vencido con su plan, el anciano comenzó a caminar hacia la salida muy triste pero de pronto una voz lo detuvo. Se trataba del gerente de su tienda, Leandro, que no entendía tal conmoción.

«¿Qué está pasando? ¿Por qué le gritan al señor?» dijo el recién llegado.

Leandro era un joven de 25 años que tuvo que dejar la universidad debido a problemas económicos y ya llevaba mucho tiempo trabajando en ese supermercado.

Luisa le explicó usando frases despectivas que el anciano había entrado a pedir comida, a pesar de que nadie lo quería en la tienda y le habían dicho muchas veces que se retirara. Leandro puso una cara seria y se acercó al anciano para preguntarle si estaba bien.

Ante la sorpresa de todos, el gerente se disculpó por el comportamiento de los trabajadores y algunos clientes y ordenó que todos volvieran a sus puestos. Mientras, el gerente tomó del brazo a aquel hombre que todos daban por vagabundo, con la otra mano tomó una canasta y lo llevó a recorrer los pasillos para que tomara comida.

Muchos ojos estupefactos seguían esta insólita escena. Cuando la canasta estuvo llena, se dirigieron a la caja y Leandro pagó toda la cuenta, luego lo acompañó a la salida.

El señor Hurtado agradeció al joven y no dejaba de darle buenos deseos. Sabía que finalmente había encontrado a su heredero y tenía lágrimas en los ojos.

Sin embargo, quiso saber el motivo de su comportamiento pues nadie más en la tienda lo había tratado amablemente; así que le preguntó: «¿Por qué me compraste comida y no me echaste como todos los demás pedían?»

Conmovido, Leandro respondió que él comprendía bien su situación pues en algún momento tampoco tuvo comida ni un techo bajo el cual dormir. Pero el dueño de la tienda, un señor llamado Larry Hurtado no había dudado en ayudarlo.

«Me dio trabajo y un departamento y a cambio sólo me pidió que trabajara muy duro. Con eso aprendí a ser amable y generoso con todos, pues nunca sabes cuánto pueden estar sufriendo», agregó Leandro.

El corazón del señor Hurtado se llenó de gran alegría pues no tenía duda de que Leandro era la persona indicada para recibir su fortuna; sabía que la iba a aprovechar de la mejor manera.

De nuevo agradeció muchísimo al joven y se fue.

El curso de la vida continuó y aquel episodio quedó olvidado por la mayoría de los involucrados. Excepto por el señor Hurtado y su abogado, William Contreras, quien debía cumplir con la voluntad de su jefe. Siete años después, el anciano falleció.

Entonces, Leandro recibió una llamada del abogado, quien lo citó a su oficina para hablar de un tema muy importante. Leandro se enteró del fallecimiento de su jefe y estaba algo preocupado por lo que podría pasar con su empleo y el de todos sus compañeros, así que asistió con el señor Contreras esperando lo peor.

Leandro se llevó una maravillosa sorpresa al enterarse que era el heredero universal del señor Hurtado. El anciano también le dejó una carta en la que le explicaba su decisión y le recordaba aquella escena del vagabundo en el supermercado.

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Esta historia es ficticia y no representa a nadie en particular.

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