Tiene 60 metros de diámetro y 30 de profundidad. El pozo de Darvaza era una esperanza para los geólogos que se convirtió en infierno
En el desierto de Karakum, a 300 kilómetros de la ciudad de Adjaba, capital de Turkmenistán, existe un cráter que lleva ardiendo por más de 4 décadas. Fue un accidente humano que debía ser apagado en días pero lleva casi 50 años encendido.
En 1971 un equipo de geólogos rusos se encontraba inspeccionando la zona del desierto de Karakum. Estaban en búsqueda de campos petrolífero y los encontraron en este lugar. Sin embargo, lo que al principio los llenó de alegría e hizo que no se pensara en las terribles consecuencias que esto llevaba.
Decidieron perforar un área cavernosa, el punto era un resquicio que se encontraba en la cueva de gas natural. Al intentar la perforación, la cueva cedió y se desmoronó llevándose a todo el equipo de perforación, creando el ahora famoso cráter, pero sin aún estar incendiado.
No hubo muertos, sin embargo el peligro no había pasado. El gas natural que se encontraba en la cueva comenzó a fugarse, es principalmente compuesto por metano, un gas inodoro que no es tóxico, pero es capaz de desplazar al oxigeno poniendo en riesgo de asfixia a quien esté cerca para respirarlo.
La ruta lógica y normativa que siguen los geólogos ante estas ocasiones es prender fuego al gas esperando a que se consuma totalmente para evitar que la zona se convierta en inhabitable. De acuerdo a sus cálculos preliminares el fuego solo duraría unas semanas cuando mucho. Sin embargo, sus cálculos no fueron ni acercados, el cráter, que empezó a arder en 1971, lleva así ya casi 50 años haciéndolo.
El pozo de Darvaza es una obra de error humano y se encuentra en una zona de difícil acceso por las restricciones burocráticas que tiene para visitarlo. Esto no impidió que «La Puerta del Infierno» se convirtiera en una zona turística y zona de investigación científica.
En 2015, el explorador canadiense George Kouronis se convirtió en la primer persona que descendió, acompañado de un traje térmico, al fondo del pozo. Ahí pudo comprobar que hay organismos viviendo en la zona que soportan sus 400°C. Fue a través de la toma de muestras que pudo dar cuenta de ello.
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